–Venga, habla, esto es mucho más fácil cuando habláis.
Hizo un gesto con la mano y el torturador giro una muesca
más del potro, esta vez se oyó como se dislocaban los huesos.
–¿En serio merece la pena esta tortura?–preguntó
levantándose y acercándose a la víctima –Una mujer tan bella no debería sufrir
tanto, sólo tienes que decirme el secreto.
Le miró con los ojos llenos de lágrimas y le escupió. Él
pausadamente se limpió el esputo y salió de la estancia, dejando atrás al
torturador que había cogido de las ascuas el hierro rojo, pero no oyó los
gritos que esperaba.
–Seguir con la tortura hasta que se desmaye–le dijo al
guardia–luego llevarla a su celda para proseguir mañana.
–Las otras están en aquella celda.
Se dirigió a la que había al final del oscuro pasillo, al
entrar le llegó el olor de la podredumbre, de heces y de orina. Se tapó la
nariz con un pañuelo y observó la escena unos minutos.
Se dio cuenta que la mujer que había dentro de la doncella
de hierro estaba muerta, seguramente de ahí vendría la mayor parte del olor.
Otra estaba atada con las manos en la espalda y colgada del techo, semidesnuda
e inconsciente. Uno de los torturadores fustigaba a otra que estaba atada en
una tosca cruz de madera y la más joven era violada por un guardia.
Se dirigió a la que estaba sentada en la silla de
interrogatorios, desnuda y llorando por el dolor que le producían los clavos.
–¿Me dirás el secreto?
No tuvo respuesta y vio a la que estaba atada con grilletes
a la pared.
–¿Y tú, hablarás?
Le miró con sus grandes ojos violetas desde el muro que
producían sus cabellos.
–¿Qué es lo que
queréis saber?
–Nooo–gritó la más joven–No le digas nada…
El guardia la abofeteó sin dejar de embestirla.
–¿Serás buena y me dirás todo lo que ando buscando?– le dijo
levantándole su rostro–Porque no quieres estar como ellas ¿verdad? No quieres
sufrir ni que esta piel tan delicada quede marcada para siempre o…que tu vida
acabe entre estas paredes
Ella afirmó con la cabeza y con un gesto de él, fue
liberada.
–Subirla a mi despacho–le dijo a uno de los guardias
–¿Qué hacemos con estas?
Las miró un solo momento, sus rostros congestionados por el
dolor, no le decían nada.
–Hacer con ellas lo que queráis, ya no me sirven.
Subió despacio los peldaños que llevaban a su despacho,
sopesando si realmente ella le diría lo que quería saber o le engañaría
simplemente para librarse de la tortura.
–Mi señor–se dio la vuelta para encararse a su interlocutor,
su secretario– el Lord quiere que mañana le informe sobre lo que les haya
podido sonsacar a…a…las mujeres.
–Puedes llamarlas por lo que son, brujas, no te hechizan con
pronunciarlo. Decid al Lord que iré por la tarde, en la mañana tengo que
oficiar el Castigo.
Entró despacio a su despacho, ella estaba sentada en una de
sus magníficas sillas, con las manos atadas a la espalda. Se dirigió a una
palangana, se lavó las manos y se refrescó el rostro.
Paseó a su alrededor, le llegó el olor agrio del sudor y de
las heces, de la suciedad con la que ella contaminaba al mundo. Se quedó
delante de ella, por lo bajó, rezó, le hizo la señal y se sentó tras su mesa.
–Dime lo que necesito saber.
–Haz las preguntas adecuadas.
–Eres insolente, a una orden mía volverás abajo.
–Y no conseguirás lo que buscas, seguramente tus hombres ya
han matado a mis compañeras.
Se acarició la barba pensando.
–Hay una que aún no ha muerto, ella podría hablar si no lo
haces tú.
–Jamás lo hará y lo
sabéis ¿cuánto tiempo lleváis torturándola? ¿días? ¿semanas? o quizás…
¿meses?–Sonrió–Sabéis tan bien como yo que no hablará.
–¿Y vos?
–Hacer las preguntas
adecuadas, ya os lo he dicho.
Se levantó molesto y le
asestó una bofetada, ella sonrió.
–¡Habla bruja!
Ella escupió un poco de
sangre al suelo y le volvió a sonreír. Él se dirigió a un pequeño armario y
sacó una vara. Se dirigió a la puerta y la cerró con llave. Fue a ella y la
levantó violentamente de la silla, la empujó a su mesa, rompió la túnica de reo
que llevaba y comenzó a fustigarla en la espalda hasta que brotaron pequeños
hilos de sangre, con cada golpe ella gritaba.
–¡¡ Hablarás!! ¡¡Me dirás
el secreto!!
–¡No puedo!–le dijo
llorando–Moriré si lo cuento
Dejó caer de nuevo con
furia la vara.
–Morirás de todas formas
¡¡habla!!
–No sé el secreto,
ninguna lo sabemos…solo ella.
Ella de nuevo, todas las
que habían hablado se habían referido a ella, la única a la que la tortura no
doblegaba, la única que no había pronunciado ni una palabra, que no había
llorado, ni siquiera había gritado en las torturas a las que había sido
sometida.
Volvió a darle con la
vara, sus gritos comenzaban a encender su deseo carnal, siempre le había
sucedido ya fuera viendo las torturas o imponiéndolas.
Dejó caer la vara, sacó
su miembro
–¿Cómo hago que hable?–Le
susurró mientras se introducía dentro de ella–¿cómo consigo que me diga el
secreto?
Ella gritó de dolor y a él
le gustó.
Despertó en mitad de la
noche con el sonido del trueno y la sensación de que había alguien más en el
dormitorio. Encendió la vela que tenía en la mesa y escrudiñó las sombras, de
entre ellas apareció ella.
–¿Cómo habéis escapado de
las celdas? ¡¡¡GUARD…!!!
De un solo salto llegó a
la cama y le tapó la boca.
–Comienzo a estar harta
de este juego y las habitaciones que me ofrecéis.
Él miraba con horror sus
ojos, anteriormente de un azul tan intenso como el mar ahora eran tan oscuros
como las sombras que les rodeaban, su piel estaba cubierta de escamas y su
lengua era bífida.
–¿Quién eres?–farfullo
–¿Eso es lo que andas
buscando?¿mi nombre? ¿el secreto? ¿o esto?–le dijo mostrándole los pechos y
poniendo sus manos sobre ellos que él retiró temblando de miedo.– De las otras
no las retirabas, ni las manos ni tu pequeño miembro y ahora me rechazas.
Se rió llenando la
oscuridad.
–¿Quién eres…qué eres?
–Me cansas con tus
preguntas–le espetó cambiándole la voz–¿De verdad quieres saber quién soy? Soy
la que camina sobre el mundo desde su comienzo, soy el día y la noche de los
tiempos, el pecado y la salvación, la creadora y la destructora de
civilizaciones, la que provoca guerras, hambre, peste y la paz. Soy a la que
rezas y a la que temes…soy el secreto que buscas.
Él miró horrorizado a las
sombras del dormitorio, TODAS estaban allí
–Soy su señor–dio
señalándolas– la que ha sufrido sus torturas, sus mutilaciones, las
humillaciones y las violaciones. Soy su madre y su padre, su hermano y su
hermana y también…quien las alimenta.
Al pronunciar la última
palabra, todas se abalanzaron sobre él y comenzaron a desgarrar la carne.