miércoles, 15 de agosto de 2012

El secreto


–Venga, habla, esto es mucho más fácil cuando habláis.
Hizo un gesto con la mano y el torturador giro una muesca más del potro, esta vez se oyó como se dislocaban los huesos.
–¿En serio merece la pena esta tortura?–preguntó levantándose y acercándose a la víctima –Una mujer tan bella no debería sufrir tanto, sólo tienes que decirme el secreto.
Le miró con los ojos llenos de lágrimas y le escupió. Él pausadamente se limpió el esputo y salió de la estancia, dejando atrás al torturador que había cogido de las ascuas el hierro rojo, pero no oyó los gritos que esperaba.
–Seguir con la tortura hasta que se desmaye–le dijo al guardia–luego llevarla a su celda para proseguir mañana.
–Las otras están en aquella celda.
Se dirigió a la que había al final del oscuro pasillo, al entrar le llegó el olor de la podredumbre, de heces y de orina. Se tapó la nariz con un pañuelo y observó la escena unos minutos.
Se dio cuenta que la mujer que había dentro de la doncella de hierro estaba muerta, seguramente de ahí vendría la mayor parte del olor. Otra estaba atada con las manos en la espalda y colgada del techo, semidesnuda e inconsciente. Uno de los torturadores fustigaba a otra que estaba atada en una tosca cruz de madera y la más joven era violada por un guardia.
Se dirigió a la que estaba sentada en la silla de interrogatorios, desnuda y llorando por el dolor que le producían los clavos.
–¿Me dirás el secreto?
No tuvo respuesta y vio a la que estaba atada con grilletes a la pared.
–¿Y tú, hablarás?
Le miró con sus grandes ojos violetas desde el muro que producían sus cabellos.
–¿Qué es lo que  queréis saber?
–Nooo–gritó la más joven–No le digas nada…
El guardia la abofeteó sin dejar de embestirla.
–¿Serás buena y me dirás todo lo que ando buscando?– le dijo levantándole su rostro–Porque no quieres estar como ellas ¿verdad? No quieres sufrir ni que esta piel tan delicada quede marcada para siempre o…que tu vida acabe entre estas paredes
Ella afirmó con la cabeza y con un gesto de él, fue liberada.
–Subirla a mi despacho–le dijo a uno de los guardias
–¿Qué hacemos con estas?
Las miró un solo momento, sus rostros congestionados por el dolor, no le decían nada.
–Hacer con ellas lo que queráis, ya no me sirven.
Subió despacio los peldaños que llevaban a su despacho, sopesando si realmente ella le diría lo que quería saber o le engañaría simplemente para librarse de la tortura.
–Mi señor–se dio la vuelta para encararse a su interlocutor, su secretario– el Lord quiere que mañana le informe sobre lo que les haya podido sonsacar a…a…las mujeres.
–Puedes llamarlas por lo que son, brujas, no te hechizan con pronunciarlo. Decid al Lord que iré por la tarde, en la mañana tengo que oficiar el Castigo.
Entró despacio a su despacho, ella estaba sentada en una de sus magníficas sillas, con las manos atadas a la espalda. Se dirigió a una palangana, se lavó las manos y se refrescó el rostro.
Paseó a su alrededor, le llegó el olor agrio del sudor y de las heces, de la suciedad con la que ella contaminaba al mundo. Se quedó delante de ella, por lo bajó, rezó, le hizo la señal y se sentó tras su mesa.
–Dime lo que necesito saber.
–Haz las preguntas adecuadas.
–Eres insolente, a una orden mía volverás abajo.
–Y no conseguirás lo que buscas, seguramente tus hombres ya han matado a mis compañeras.
Se acarició la barba pensando.
–Hay una que aún no ha muerto, ella podría hablar si no lo haces tú.
–Jamás lo hará y lo sabéis ¿cuánto tiempo lleváis torturándola? ¿días? ¿semanas? o quizás… ¿meses?–Sonrió–Sabéis tan bien como yo que no hablará.
–¿Y vos?
–Hacer las preguntas adecuadas, ya os lo he dicho.
Se levantó molesto y le asestó una bofetada, ella sonrió.
–¡Habla bruja!
Ella escupió un poco de sangre al suelo y le volvió a sonreír. Él se dirigió a un pequeño armario y sacó una vara. Se dirigió a la puerta y la cerró con llave. Fue a ella y la levantó violentamente de la silla, la empujó a su mesa, rompió la túnica de reo que llevaba y comenzó a fustigarla en la espalda hasta que brotaron pequeños hilos de sangre, con cada golpe ella gritaba.
–¡¡ Hablarás!! ¡¡Me dirás el secreto!!
–¡No puedo!–le dijo llorando–Moriré si lo cuento
Dejó caer de nuevo con furia la vara.
–Morirás de todas formas ¡¡habla!!
–No sé el secreto, ninguna lo sabemos…solo ella.
Ella de nuevo, todas las que habían hablado se habían referido a ella, la única a la que la tortura no doblegaba, la única que no había pronunciado ni una palabra, que no había llorado, ni siquiera había gritado en las torturas a las que había sido sometida.
Volvió a darle con la vara, sus gritos comenzaban a encender su deseo carnal, siempre le había sucedido ya fuera viendo las torturas o imponiéndolas.
Dejó caer la vara, sacó su miembro
–¿Cómo hago que hable?–Le susurró mientras se introducía dentro de ella–¿cómo consigo que me diga el secreto?
Ella gritó de dolor y a él le gustó.


Despertó en mitad de la noche con el sonido del trueno y la sensación de que había alguien más en el dormitorio. Encendió la vela que tenía en la mesa y escrudiñó las sombras, de entre ellas apareció ella.
–¿Cómo habéis escapado de las celdas? ¡¡¡GUARD…!!!
De un solo salto llegó a la cama y le tapó la boca.
–Comienzo a estar harta de este juego y las habitaciones que me ofrecéis.
Él miraba con horror sus ojos, anteriormente de un azul tan intenso como el mar ahora eran tan oscuros como las sombras que les rodeaban, su piel estaba cubierta de escamas y su lengua era bífida.
–¿Quién eres?–farfullo
–¿Eso es lo que andas buscando?¿mi nombre? ¿el secreto? ¿o esto?–le dijo mostrándole los pechos y poniendo sus manos sobre ellos que él retiró temblando de miedo.– De las otras no las retirabas, ni las manos ni tu pequeño miembro y ahora me rechazas.
Se rió llenando la oscuridad.
–¿Quién eres…qué eres?
–Me cansas con tus preguntas–le espetó cambiándole la voz–¿De verdad quieres saber quién soy? Soy la que camina sobre el mundo desde su comienzo, soy el día y la noche de los tiempos, el pecado y la salvación, la creadora y la destructora de civilizaciones, la que provoca guerras, hambre, peste y la paz. Soy a la que rezas y a la que temes…soy el secreto que buscas.
Él miró horrorizado a las sombras del dormitorio, TODAS estaban allí
–Soy su señor–dio señalándolas– la que ha sufrido sus torturas, sus mutilaciones, las humillaciones y las violaciones. Soy su madre y su padre, su hermano y su hermana y también…quien las alimenta.
Al pronunciar la última palabra, todas se abalanzaron sobre él y comenzaron a desgarrar la carne.