martes, 4 de junio de 2019

Primera cita


Se observó en el espejo, estaba nerviosa con la cita, su primera cita con Iván.
Por fin él se había decidido a invitarla tras charlas insulsas, miradas y excusas tontas en la oficina para poder acercarse el uno al otro. Se habían tanteado desde lejos, gustado desde que ella entrara hacía ya seis meses en aquella oficina de la calle Alcántara y ella se había fijado en él desde que se lo habían presentado.
Aquellos ojos grises la cautivaron, le habían hablado de calma, de paz, de serenidad, de protección, le hablaban de un futuro y de un pasado lleno de aventuras, hablaban del amor que ella siempre andaba buscando. El sólo hecho de que él estrechara su mano, había provocado una descarga en todo su cuerpo diciéndole que era él, que era su alma gemela, que era la persona que buscaba.
Abrió el grifo de la ducha y dejó que el agua templada cayera sobre su cuerpo, pensó y fantaseó con lo que podría pasar, ¿le abrazaría?, ¿le cogería de la mano?, ¿le besaría?.
Deslizó su pierna dentro de las medias negras, cerró la cremallera de la falda, se abotonó la blusa, se miró de nuevo en el espejo, se veía bien pero ¿se veía deslumbrante? Recordó la voz de su abuela:”ninguna mujer nos vemos tan guapas como nos ven ellos”.
Sonó el telefonillo, era él. Sus nervios se quedaron atrapados en su estómago. Volvió a echarse un vistazo en el espejo, cogió su bolso y bajó.
Una sonrisa, un saludo, dos leves besos en la mejilla y su mano deslizándose sobre su cintura. Subieron a un taxi y la llevó a un restaurante italiano donde la agasajo en elogios. La cena fue perfecta, risas, confidencias, caricias sobre la mesa, un “me gustas” tímido…
Un paseo por el parque, conversando, abrazados, haciendo que ella se sintiera protegida. Distinguieron dos novios besándose en un banco y sonrieron.


Tania pensó que era el mejor beso que le habían dado, no invadía su boca con su lengua, iba despacio, le acariciaba los labios con ella, buscaba la suya con cierta timidez, con cierto reparo por si ella no quería y no intentaba llegar a uno de sus pechos. Marcelo era increíble.
Silvia le había pasado una nota de él por la tarde en clase, donde le pedía salir. Era el chico por el que todas suspiraban, con ese aire de pasota de las series de televisión, con su “chupa” de cuero y las gafas de sol tratando de ocultar unos ojos castaños que hablaban de malos momentos en la vida y de palizas de su padre.
Se había acercado a él en el recreo y le preguntó que dónde iba a llevarla.
—¿Te gusta comer o eres de esas que no prueban bocado por no engordar?
Ella le rió el chiste y hablaron el resto del recreo de lo que podrían hacer esa tarde, un cine, un burguer, un paseo por el parque, “por ser romántico” le había dicho él y luego unas cervezas con los amigos en el descampado.
Cuando acabó de besarla, Tania le sonrió en la oscuridad y distinguió a otra pareja caminando abrazados.


Iván la llevó a un garito que estaba muy de moda en la ciudad donde hizo la presentación oficial de su novia a algunos amigos suyos. Todos con grandes estudios y con grandes trabajos. Ella se sintió un poco fuera de lugar, pues sólo era una secretaría, de dirección, pero una secretaría al fin y al cabo y allí estaba ella rodeada de abogados que trabajaban para grandes bufetes o  arquitectos que tenían su propio estudio o estaban trabajando en New York y Milán. Sus nervios volvieron a quedarse en su estómago. Él se dio cuenta de cómo le hacía sentir aquella situación y se la llevo a la barra a pedir algo para beber.
—No te preocupes, son unos snobs, todavía me pregunto por qué soy amigo de ellos, les miro y no me veo reflejado. No les hagas mucho caso, si quieres nos vamos.—Ella le dijo que sí, que no se sentía muy cómoda y él le dedicó una gran sonrisa— Te entiendo, yo tampoco me siento cómodo con ellos, vamos.
Salieron a la fría noche, la abrazó y se dirigieron a ningún lugar.
En el descampado de enfrente, varios jóvenes disfrutaban del “botellón”.


Marcelo volvió a besar a Tania, se le acercaba con una media sonrisa en la cara, rodeaba su cintura, se dejaba embriagar por su colonia, le acariciaba el cuello y luego le besaba, le encantaba, sus labios sabían realmente bien y además, como no fumaba, no le sabía tan mal la boca.
—¿Quieres que nos vayamos con el coche por ahí?—le dijo en el oído
Ella entró en el coche con ciertas mariposas en el estómago, esas que aparecían cada vez que él la miraba. Se marcharon a la “colina del amor”, bautizada así por los jóvenes que iban para tener ciertos momentos íntimos.


Iván la acompañó hasta su casa, hablaron un rato en el portal, riéndose de sus ocurrencias y de cosas de la oficina, hasta que despacio, temblando, se atrevió a besarla. Ella se dejó llevar por las sensaciones, rodeó su cuello con sus brazos y dejó que, lentamente, invadiera sus labios.
—¿Quieres subir?


Amapola y Juan paseaban despacio, les gustaba hacerlo a esas horas porque apenas había gente por la calle y no molestaban con el andador de ella.
—Mira niña—le dijo él señalando la pareja que se besaba en un portal— ¿te acuerdas?, ¿cuántos años hace de nuestra primera cita?
Ella dio una ojeada a la pareja y luego a él, le vio como hacía cuarenta años, cuando le robó, en el portal de su casa, su primer beso.
—Muchos mi amor, muchos.


Imagen tomada de la red