Se
observó en el espejo, estaba nerviosa con la cita, su primera cita con Iván.
Por
fin él se había decidido a invitarla tras charlas insulsas, miradas y excusas
tontas en la oficina para poder acercarse el uno al otro. Se habían tanteado
desde lejos, gustado desde que ella entrara hacía ya seis meses en aquella
oficina de la calle Alcántara y ella se había fijado en él desde que se lo
habían presentado.
Aquellos
ojos grises la cautivaron, le habían hablado de calma, de paz, de serenidad, de
protección, le hablaban de un futuro y de un pasado lleno de aventuras,
hablaban del amor que ella siempre andaba buscando. El sólo hecho de que él
estrechara su mano, había provocado una descarga en todo su cuerpo diciéndole
que era él, que era su alma gemela, que era la persona que buscaba.
Abrió
el grifo de la ducha y dejó que el agua templada cayera sobre su cuerpo, pensó
y fantaseó con lo que podría pasar, ¿le abrazaría?, ¿le cogería de la mano?, ¿le
besaría?.
Deslizó
su pierna dentro de las medias negras, cerró la cremallera de la falda, se
abotonó la blusa, se miró de nuevo en el espejo, se veía bien pero ¿se veía
deslumbrante? Recordó la voz de su abuela:”ninguna mujer nos vemos tan guapas
como nos ven ellos”.
Sonó
el telefonillo, era él. Sus nervios se quedaron atrapados en su estómago.
Volvió a echarse un vistazo en el espejo, cogió su bolso y bajó.
Una
sonrisa, un saludo, dos leves besos en la mejilla y su mano deslizándose sobre
su cintura. Subieron a un taxi y la llevó a un restaurante italiano donde la
agasajo en elogios. La cena fue perfecta, risas, confidencias, caricias sobre
la mesa, un “me gustas” tímido…
Un
paseo por el parque, conversando, abrazados, haciendo que ella se sintiera
protegida. Distinguieron dos novios besándose en un banco y sonrieron.
Tania
pensó que era el mejor beso que le habían dado, no invadía su boca con su
lengua, iba despacio, le acariciaba los labios con ella, buscaba la suya con
cierta timidez, con cierto reparo por si ella no quería y no intentaba llegar a
uno de sus pechos. Marcelo era increíble.
Silvia
le había pasado una nota de él por la tarde en clase, donde le pedía salir. Era
el chico por el que todas suspiraban, con ese aire de pasota de las series de
televisión, con su “chupa” de cuero y las gafas de sol tratando de ocultar unos
ojos castaños que hablaban de malos momentos en la vida y de palizas de su
padre.
Se
había acercado a él en el recreo y le preguntó que dónde iba a llevarla.
—¿Te
gusta comer o eres de esas que no prueban bocado por no engordar?
Ella
le rió el chiste y hablaron el resto del recreo de lo que podrían hacer esa
tarde, un cine, un burguer, un paseo por el parque, “por ser romántico” le
había dicho él y luego unas cervezas con los amigos en el descampado.
Cuando
acabó de besarla, Tania le sonrió en la oscuridad y distinguió a otra pareja
caminando abrazados.
Iván
la llevó a un garito que estaba muy de moda en la ciudad donde hizo la
presentación oficial de su novia a algunos amigos suyos. Todos con grandes
estudios y con grandes trabajos. Ella se sintió un poco fuera de lugar, pues
sólo era una secretaría, de dirección, pero una secretaría al fin y al cabo y
allí estaba ella rodeada de abogados que trabajaban para grandes bufetes o arquitectos que tenían su propio estudio o
estaban trabajando en New York y Milán. Sus nervios volvieron a quedarse en su
estómago. Él se dio cuenta de cómo le hacía sentir aquella situación y se la
llevo a la barra a pedir algo para beber.
—No
te preocupes, son unos snobs, todavía me pregunto por qué soy amigo de ellos,
les miro y no me veo reflejado. No les hagas mucho caso, si quieres nos
vamos.—Ella le dijo que sí, que no se sentía muy cómoda y él le dedicó una gran
sonrisa— Te entiendo, yo tampoco me siento cómodo con ellos, vamos.
Salieron
a la fría noche, la abrazó y se dirigieron a ningún lugar.
En
el descampado de enfrente, varios jóvenes disfrutaban del “botellón”.
Marcelo
volvió a besar a Tania, se le acercaba con una media sonrisa en la cara,
rodeaba su cintura, se dejaba embriagar por su colonia, le acariciaba el cuello
y luego le besaba, le encantaba, sus labios sabían realmente bien y además,
como no fumaba, no le sabía tan mal la boca.
—¿Quieres
que nos vayamos con el coche por ahí?—le dijo en el oído
Ella
entró en el coche con ciertas mariposas en el estómago, esas que aparecían cada
vez que él la miraba. Se marcharon a la “colina del amor”, bautizada así por
los jóvenes que iban para tener ciertos momentos íntimos.
Iván
la acompañó hasta su casa, hablaron un rato en el portal, riéndose de sus
ocurrencias y de cosas de la oficina, hasta que despacio, temblando, se atrevió
a besarla. Ella se dejó llevar por las sensaciones, rodeó su cuello con sus
brazos y dejó que, lentamente, invadiera sus labios.
—¿Quieres
subir?
Amapola
y Juan paseaban despacio, les gustaba hacerlo a esas horas porque apenas había
gente por la calle y no molestaban con el andador de ella.
—Mira
niña—le dijo él señalando la pareja que se besaba en un portal— ¿te acuerdas?,
¿cuántos años hace de nuestra primera cita?
Ella
dio una ojeada a la pareja y luego a él, le vio como hacía cuarenta años,
cuando le robó, en el portal de su casa, su primer beso.
—Muchos
mi amor, muchos.
Imagen tomada de la red
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