martes, 7 de diciembre de 2010

Para qué...




— ¿Para qué sirve saber de magia, hechizos o energías? ¿Para qué sirve escuchar a los espíritus, poder hablar con los dioses, seres invisibles de la naturaleza o las protecciones de los puntos cardinales? ¿Para qué sirve ver las señales invisibles, escuchar el rumor de La Luz si cuando necesitas de todo esto, la gente a la que quieres debe cruzar al otro lado y debes dejarlos marchar?
¿Para qué sirve todo cuando se te rompe el corazón al ver partir a los tuyos? ¿para qué sirve decirles adiós cuando nadie más puede verles ni oírles? ¿Para qué sirve si no puedes seguir manteniéndolos en tu vida, sintiendo sus manos apretar con cariño las tuyas, escuchar la música de su risa, viendo la vida con sus ojos?
—Sólo para aprender—contestó el ángel—Del dolor, de la pérdida, de las lágrimas y de los trozos de un corazón roto por una despedida, también se aprende amigo mío.


La imagen es "Doves" de Marta Dahling

jueves, 25 de noviembre de 2010

NO al maltratador

NO pisotearás más mi alma.
NO escucharé más tus gritos.
NO volverás a llamarme puta,ni inútil.
NO se me encogerá más el corazón al escuchar tus pasos.
NO maquillaré más tus golpes.
NO te temearán mis hijos.
NO me acobardaré ante ti.
NO volverás a tocar mi piel con tus puños.
NO tendré más miedo.

HOY me planto,
HOY se acabó.
HOY siento que tengo fuerza.
HOY escucho las voces que me apoyan.
HOY se acabó tu tiranía.
HOY se acaban las palizas.
HOY me levantó ante ti.
HOY yo soy la fuerte.
HOY es el primer día de mi vida en el que no tendré miedo.





TÚ serás el cobarde.
TÚ temerás salir a la calle.
TÚ serás señalado por todos.
TÚ serás el que no será amado nunca.
TÚ alma será la que se encoja.
TÚ esconderás tu vergüenza.
TÚ serás el que conozca la soledad.
TÚ serás el que no servirá para nada.
TÚ serás quien conozca el miedo.




viernes, 12 de noviembre de 2010

Un instante


A la misma hora,

Joaquín entraba en su casa y sorprendía a su mujer con su mejor amiga en la cama,

María cerraba la puerta, sin mirar atrás, de la que había sido su casa durante 12 años y abandonaba a un marido cruel,

Ricardo y Andrea recibían la noticia de que iban a ser padres de gemelos,

Rosario recibía una paliza de su proxeneta,

Daniel terminaba su entrenamiento,

Mar recibía su primer beso,

Pedro compraba flores para su madre que cumplía años,

Raúl marcaba el gol de la victoria,

Mario le pedía matrimonio a Alejandro,

Sara entraba en la clínica donde iba a abortar,

Carmen firmaba su primer contrato,

Milena llegaba en patera al país donde sus sueños se harían reales,

Pedro se resguardaba de la lluvia en un café,

Tania lloraba mirando por la ventana,

Sasha levantaba en brazos a su hijo por decirle por primera vez “mamá”,

Rubén recibía la noticia de la muerte de su padre,

Carla se estrellaba contra un árbol,

Juan lloraba porque echaba de menos a un padre trabajador,

Iris esperaba impaciente y con miedo los resultados de su biopsia,

Mireya recogía los cristales del jarrón que le había lanzado a su marido cuando la había abandonado por otra más joven,

Fernando le daba un beso cariñoso a su hijo tras recogerle del colegio,

Ariadna daba sus primeros pasos en casa de su abuela,

Josefina lloraba tomando en brazos a su bisnieto,

Raquel y Nacho se conocían en una tetería del centro,

Francisco tenía una entrevista de trabajo,

Omar usaba de nuevo su ipod para ocultar una conversación banal de sus compañeras,

Roberto terminaba el proyecto de final de carrera,

Marisa cobraba la compra de Rocío,

Diana recibía una carta de despido,

Rosa hurgaba en la basura buscando algo de comida,

Adrián se tomaba su décimo vaso de whisky,

Alejandro terminaba el poema para su amiga,

Tomás extraía la muela de José,

Rafael hacía su primer reportaje para el periódico,

Alicia terminaba de leer el libro que le habían prestado,

Rebeca mandaba su novela a una editorial,

Susana y Pedro entraban por primera vez en su casa,

Libertad rellenaba la solicitud de trabajo,

Alberto discutía con sus padres sobre la hora de llegada,

May preparaba, por primera vez, un café en su nueva casa,

Víctor y Laura se daban el “sí quiero” junto a sus familias y amigos,

Javier disfrutaba del concierto de Madonna,

Mateo mantenía una conversación telefónica con su hermana,

Mariano sacaba la tarta de queso del horno,

Andrés ganaba la partida de cartas,

Lorena buscaba a Sergio entre la gente que bajaba del tren,

Enrique sacaba el coche del garaje,

Jesús y Emilio entraban en el cine,

David y Nuria escuchaban el primer llanto de su hijo,

Adela depositaba flores en la tumba de su hermano,

y yo observaba como despuntaba el día.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cementerio

Guardamos la risa entre las flores,
las lágrimas entre el viento
y nuestra alma entre mármoles.
Respeta nuestro silencio
y podrás escucharnos
entre el susurro del viento. Camina entre nosotros
recordándonos como fuímos,
pues de esa manera volvemos a estar vivos.
Ángeles pétreos guardan nuestro sueño,
la lluvia limpia nuestra piedra
y el dolor de los nuestros
nos recuerda donde estamos.

martes, 2 de noviembre de 2010

El ritual

Hoy era el día, por fin se reunirían de nuevo.
Se preparó a conciencia, se dio un baño relajante, lo necesitaba estaba muy nervioso por el encuentro ¿cuánto había pasado? ¿dos años? ¿tres? Le parecía una eternidad, desde que se habían ido.
Tras el baño, se vistió adecuadamente, como si todo se tratara de parte de un ritual. Se miró en el espejo que había en la habitación, suspiró, se observó detenidamente
— Esta noche funcionará...debe funcionar — se dijo en voz alta para darse ánimos.
Había rezado tanto para que ella optara a esta cena…para poder verla de nuevo…
Preparó la mesa, un mantel nuevo, copas para ellos y un vaso de plástico con el dibujo de Pocoyó para él, eran sus dibujos favoritos. Colocó los platos, los cubiertos, las servilletas, las sillas, las velas…la mesa estaba dispuesta.
El reloj anunció las doce, comenzaba el ritual.
Dibujo con el athame un círculo alrededor de la mesa recitando la protección que debía albergar. Encendió la vela de la Diosa, pidiéndole que sus palabras fueran escuchadas, que su deseo se materializara. Llamó a los Guardianes de los puntos cardinales formando en el aire el símbolo que representaba a cada uno.
Fuera, en la noche, se desató una tormenta. Los relámpagos recortaban la ciudad, los truenos despertaban el miedo en el alma de los hombres, el viento azotó todas las ventanas buscando quien le llamaba.
Tomó la foto de ellos dos, la observó por un momento, la besó y la quemó en el caldero.
Recitó el hechizo poniendo su alma en cada palabra, sintió como la energía que tenían aquellas ancestrales palabras se apoderaban del espacio del círculo, como toda la estancia se llenaba del viento de fuera, vió como fuera del círculo aparecía gente, aparecían espíritus que aquella noche vagaban por la tierra buscando a sus familiares vivos y entonces…
Entonces la vio sentando al pequeño en una silla, sonriendo como siempre, hablando con aquella dulce voz que él tan bien recordaba. Se giró a él sin perder la sonrisa, le lanzó un beso como hacia antaño cuando se sentaban a la mesa.
— Te amo mi amor — le dijo sin poder moverse — perdóname si he perturbado vuestro descanso…pero necesitaba veros, necesitaba esta cena con vosotros, necesitaba escuchar tu voz, ver de nuevo tus verdes ojos, poder acariciar tu suave rostro…
— No pasa nada mi amor — le dijo ella dulcemente— cenemos.
Se acercó a su hijo, se miró en aquellos pequeños ojos, le besó cariñosamente y luego se acercó a ella. Le acarició el rubio cabello, el suave rostro, los carnosos labios que besó, le volvió a decir cuánto la amaba, cuánto sentía aquel accidente, que todo había sido culpa suya por beber…que le había echado tanto de menos que le dolía el alma.
Ella le miró con la frialdad de la muerte en sus ojos, le sonrió levemente y le dijo un te quiero tan frío que supo que el alma de ellos no había llegado a sentarse en aquella mesa.
Se subió a la mesa, suspiró por última vez y dejó que ellos le devoraran la carne y el alma, ese era el sacrificio a pagar por volver a verlos.

lunes, 25 de octubre de 2010

Carta



Querido hijo:
Aún no has nacido y ya te amo.
Mi corazón se llena de dicha pensando en el momento en que te pueda abrazar y ver, el momento en que mis labios te llenen de inmensurables besos, ver la redondez de tu rostro, ver tus manos buscar las mías, ver tus labios buscar mis pechos para alimentarte…
Ahora mismo estás encerrado en el palacio que es mi cuerpo, dónde estás a salvo de todo peligro, dónde sólo yo oigo tus pensamientos, dónde sólo yo te puedo alimentar, dónde sólo yo noto tus movimientos, dónde a través de mí intuyes el resto del mundo y la gente te intuye en mi silueta.
Pienso en todas las cosas que quiero darte y en las que no podré, pienso en la de lunas que oirán con nosotros los cuentos que te relataré e inventaré para ti, pienso en el hombre que serás en el futuro, pienso en la de mujeres que me robaran tu cariño y tu amor y en todas las que pensaré que no estarán a tu altura pero a las que querré, únicamente porque tú las ames. Pienso en el prestigio que tendrás, no por lo que estudies o hagas, si no sólo por ser tú y ser mi hijo, pues para mí serás la persona más grande de este mundo, serás la persona que ilumine mi día a día desde el momento que te oiga llorar y buscar el latido de mi corazón al que tan acostumbrado estás y que tanto te apaciguará cuando salgas de la fortaleza que he creado para ti.
Querido hijo, me despido ya, pues parece que ahora tienes prisa por venir, esperando poder abrazarte pronto, te mando el primer beso de muchos.
Te ama incondicionalmente, tu madre.

Adios


Le di la última calada al cigarro, aspiré su humo nocivo y le dejé entrar en mis pulmones. Vi cómo se acercaba alguien más para darme el pésame.
—Lo siento mucho—un abrazo para reconfortarme— siempre se van los mejores— ya ni le oía—la verdad que no somos nadie…
—Me disculpas
Entro en la habitación donde te encuentras dormida, para mí lo estás, aún no me hago a la idea de tu marcha, no puedo hacerme a ella, ayer reías conmigo y hoy…
—Hola—alguien más a decirme que lo siente—te acompaño en el sentimiento.
No me molesto ni en mirar quién es, hoy para mí son todo extraños, me gustaría que no hubiera nadie, estar a solas contigo pero sé que es imposible, eras… ¡¡NO!! Eres una persona maravillosa, porque para mí aún ERES, para mí no te has ido, no puedo dejar que te vayas, me da igual que estés dormida en ese horrible féretro, me da igual que todo el mundo me dé el pésame, me da igual que todo el mundo te llore…para mí aún estás aquí.
Me acerco a tu hermana y le pido por favor que me deje solo en la habitación, que intente hacer entender a la gente que necesito estar solo contigo, que necesito despedirme de ti solo.
Cierro la puerta, apoyo mis manos en ella cerrándolas en un puño frustrado, en un puño lleno de ira, pienso que no es justo, me giro despacio, suspirando para poder hacerme a la idea de que te veré dormida y… ¡te veo!, me estás sonriendo, esa sonrisa tuya que iluminaba mi vida, esa sonrisa tuya que siempre regalabas a la gente para hacer que se sintieran tan especiales, para hacer que se reconfortaran, esa sonrisa tuya que amare siempre.
—Te dije que me verías.
Tu voz me envuelve, me acaricia…las lágrimas queman mis mejillas, no puedo hablarte porque sé que si lo hago te irás. Me acerco despacio a ti, miro tus ojos, en los que me perdía horas viendo lo feliz que eras.
—Te amo
Es lo único que te puedo decir, es lo único que mi corazón me deja decir, intentó acariciar tu rostro, volver a sentir tu suave piel…pero desapareces.
—Yo también.

domingo, 24 de octubre de 2010

No todo es lo que parece


El caballero tiró una y otra vez de su caballo que no hacía por moverse del camino.
—¡¡Vamos!! ¡¡Debes caminar!!
El caballo se sentó sobre sus posaderas para demostrarle al caballero que no se movería.
—¡¡Eres una haragán!! ¡¡Un vago!! ¡¡Debemos llegar antes que él!!
Por respuesta sólo tuvo un relincho de su montura. El caballero comenzaba a estar irritado con él, tenía que llegar al castillo y romper la maldición de la pobre Aurora que se encontraba dormida desde hacía 100 años

Desde que su abuela le había hablado sobre ella cuando era niño se había enamorado de esa leyenda y quería ver con sus propios ojos si todo era cierto.
Pero el cabezota de su caballo no andaba, no quería ir, ¿acaso olía peligro? Siempre que lo había olido se había comportado de esa forma.
—Eres un cobarde— le dijo en un suspiro— Sólo me gustaría saber si la leyenda es cierta, ¿tan difícil te es de entender caballo cabezota?
—No— habló el caballo— no me es difícil de entender que quieras saber si esa doncella existe, pero a mí no me apetece ir, es todo y te recuerdo que tengo un nombre que tú mismo me pusiste, Truf, no me gusta pero es lo que hay.
El caballero miró atónito al caballo, cayó de bruces en el camino, abrió los ojos todo lo que pudo de incredulidad.
—¿Hablas?—tartamudeo.
—Si no estuvieras tan ocupado en ser mejor que tu primo, me habrías escuchado antes, pero el egoísta siempre has sido tú.
El caballero se mesó los cabellos, se pasó la lengua por sus labios secos, se levantó como pudo pues la impresión aún le duraba.
—¿Me ayudarás, Truf?
—No, ya te lo he dicho, si quieres ver que esa princesa existe, ve tú. Enfréntate al dragón que según tu abuela le custodia, evita las espinas ponzoñosas y todas esas pamplinas, pero yo de aquí no me muevo.
—¿Y si te prometo una yegua bonita?
El caballo relinchó a modo de risa.
—¿Aún no te diste cuenta que me gustan los machos?

Carnaval


Miraba con el corazón en un puño, veía como las máscaras iban y venían a su alrededor, de algunos veía sus risas, de otros sus ojos, pero no la encontraba.
Se había soltado de su mano en la marea de gente, se dio cuenta, se giró y ya no estaba, desde entonces su corazón se había encogido, su mente estaba histérica trayéndole imágenes de psicópatas, pedófilos y demás monstruos.
Tenía que encontrarlo, cómo fuera, tenía que hacer que aquellas máscaras le ayudaran pero no le escuchaban, pensaban que era parte de la fiesta, pensaban que era un borracho… ¿dónde estaba?
Volvió al punto exacto donde se había soltado, giró, volvió, miraba a las máscaras, empujaba, gritaba ayuda, paraba a todos los niños con o sin máscara, preguntaba, volvía sobre su pasos una y otra vez, gritaba su nombre.
Y le vio, agarrado a una máscara anciana, comiéndose un algodón dulce, con las mejillas coloradas y surcadas de lágrimas. Le abrazó, le comió a besos y dio las gracias a la máscara.