martes, 2 de noviembre de 2010

El ritual

Hoy era el día, por fin se reunirían de nuevo.
Se preparó a conciencia, se dio un baño relajante, lo necesitaba estaba muy nervioso por el encuentro ¿cuánto había pasado? ¿dos años? ¿tres? Le parecía una eternidad, desde que se habían ido.
Tras el baño, se vistió adecuadamente, como si todo se tratara de parte de un ritual. Se miró en el espejo que había en la habitación, suspiró, se observó detenidamente
— Esta noche funcionará...debe funcionar — se dijo en voz alta para darse ánimos.
Había rezado tanto para que ella optara a esta cena…para poder verla de nuevo…
Preparó la mesa, un mantel nuevo, copas para ellos y un vaso de plástico con el dibujo de Pocoyó para él, eran sus dibujos favoritos. Colocó los platos, los cubiertos, las servilletas, las sillas, las velas…la mesa estaba dispuesta.
El reloj anunció las doce, comenzaba el ritual.
Dibujo con el athame un círculo alrededor de la mesa recitando la protección que debía albergar. Encendió la vela de la Diosa, pidiéndole que sus palabras fueran escuchadas, que su deseo se materializara. Llamó a los Guardianes de los puntos cardinales formando en el aire el símbolo que representaba a cada uno.
Fuera, en la noche, se desató una tormenta. Los relámpagos recortaban la ciudad, los truenos despertaban el miedo en el alma de los hombres, el viento azotó todas las ventanas buscando quien le llamaba.
Tomó la foto de ellos dos, la observó por un momento, la besó y la quemó en el caldero.
Recitó el hechizo poniendo su alma en cada palabra, sintió como la energía que tenían aquellas ancestrales palabras se apoderaban del espacio del círculo, como toda la estancia se llenaba del viento de fuera, vió como fuera del círculo aparecía gente, aparecían espíritus que aquella noche vagaban por la tierra buscando a sus familiares vivos y entonces…
Entonces la vio sentando al pequeño en una silla, sonriendo como siempre, hablando con aquella dulce voz que él tan bien recordaba. Se giró a él sin perder la sonrisa, le lanzó un beso como hacia antaño cuando se sentaban a la mesa.
— Te amo mi amor — le dijo sin poder moverse — perdóname si he perturbado vuestro descanso…pero necesitaba veros, necesitaba esta cena con vosotros, necesitaba escuchar tu voz, ver de nuevo tus verdes ojos, poder acariciar tu suave rostro…
— No pasa nada mi amor — le dijo ella dulcemente— cenemos.
Se acercó a su hijo, se miró en aquellos pequeños ojos, le besó cariñosamente y luego se acercó a ella. Le acarició el rubio cabello, el suave rostro, los carnosos labios que besó, le volvió a decir cuánto la amaba, cuánto sentía aquel accidente, que todo había sido culpa suya por beber…que le había echado tanto de menos que le dolía el alma.
Ella le miró con la frialdad de la muerte en sus ojos, le sonrió levemente y le dijo un te quiero tan frío que supo que el alma de ellos no había llegado a sentarse en aquella mesa.
Se subió a la mesa, suspiró por última vez y dejó que ellos le devoraran la carne y el alma, ese era el sacrificio a pagar por volver a verlos.

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